martes, 3 de febrero de 2015

EL CÓDIGO ENIGMA: TEORÍAS Y PRÁCTICAS

El código Enigma. Director: Morten Tyldum. Protagonistas: Benedict Cumberbatch, Mark Strong, Keira Knightley, Matthew Goode, Rory Kinnear, Charles Dance, Allen Leech, Matthew Beard y Alexandre Desplat, entre otros. Guionista: Graham Moore, en base al libro Alan Turing: The Enigma, de Andrew Hodges. Black Bear Pictures / FilmNation. Reino Unido / EE.UU., 2014.

El tema es Alan Turing. La vida y la obra de Alan Turing, el padre de la computación tal cual la conocemos hoy en día y la seguiremos descubriendo a partir de mañana, el primero entre todos los contemporáneos con la inteligencia natural necesaria para pensar (y teorizar) la posibilidad del desarrollo de una inteligencia artificial, el hombre que le ahorró al mundo un par de años de la Segunda Guerra mundial al descifrar los códigos con que los nazis encriptaban sus transmisiones. El matemático sin par que, en la Inglaterra que criminalizaba la homosexualidad, asumió el riesgo de defender sus convicciones y terminó castigado por su elección sexual e invisibilizado por su contribución a la Patria.


Los que conocen del tema (entre los que no me incluyo) aseguran que la biopic El código Enigma (The Imitation Game, 2014) tergiversa demasiado los hechos reales que pone en pantalla. Que el verdadero Turing guarda muy poca relación con el entramado de intelectualidad nerd, supina arrogancia, distinguida socarronería, represión inquebrantable y mecánica determinación que articula con precisión escalofriante el enorme Benedict Cumberbatch (futuro Doctor Strange en el universo fílmico de Marvel, dicho sea de paso), muy por encima de todos sus compañeros de rubro, al igual que su Alan Turing.


Convengamos que todo eso es cierto, que la verdad (si es que existe una) está en el libro Alan Turing: The Enigma, de Andrew Hodges, en la que esta película basada en hechos reales dice estar basada. La verdad, no me importa. El cine, de por sí, es una mentira. Una hermosa mentira que, puesta en perspectiva, ayuda a entender la realidad, a aprehenderla de manera directa, poética y conmovedora. Una licencia dramática (permítaseme el término) que imita a la vida en un juego de espejos narrativos que puede equipararse con el título original de El código Enigma, ese juego de imitación que refiere, también, al test que el verdadero Turing propuso en 1950 para comprobar si nuestro interlocutor era un ser humano o una máquina.


El filme del noruego Morten Tyldum (el mismo de Cacería implacable), aborda con maestría cinematográfica el dilema ético de la relación entre el fin y los medios, las decisiones racionales y las consecuencias emocionales, la disparidad de fuerzas entre el Estado y la ciudadanía. Sacando provecho del trasfondo bélico para montar un vertiginoso rompecabezas donde los agentes de inteligencia detentan el verdadero poder; y acomodan las fichas de acuerdo con las conveniencias de sus morales públicas y privadas. Una de esas películas que se dan cada tanto, muy de vez en cuando, como las humanidades del calibre de un Alan Turing. Conviene no dejarla pasar. 
Fernando Ariel García

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