martes, 23 de noviembre de 2010

CABALGANDO JUNTO AL SARGENTO KIRK, por ROBERTO SELLES

Roberto Selles, poeta, investigador, historiador, letrista, compositor, guitarrista, cuentista, periodista, dibujante, traductor, fanático de las historietas y amigo de la casa, escribió este poema al Sargento Kirk especialmente para nosotros. Un lujito que nos damos. Y que nos llena de orgullo.


CABALGANDO JUNTO AL SARGENTO KIRK

“Retoma la armadura que te has quitado
a la edad de la razón”
André Breton - Paul Éluard

Desde un número de Misterix
de cuando enero le sacaba punta a 1953
(yo andaba en abordar mis 9 años)
hasta cierto Billiken de 1973
(ya estaba encaminándome hacia los 30)
y después de haber cruzado por Frontera y Hora Cero
supo extenderse una amplia pradera
(poblada por sioux-pawnees-comanches-
sheriffs-bandidos-sepultureros-
chicas hermosas en los saloons
en fin cuchillos-tomahawks-winchesters-colts
y a veces un suave toque de rouge en la rudeza)
por la que cabalgaba mi viejo amigo
el sargento Kirk.

Resumen de lo publicado:
Kirk tenía los ojos color pasto tierra o cielo del Oeste
-no recuerdo bien a estas alturas-
un búfalo indomesticable en cada puño
su cabeza terminaba en forma de quepis cansado
(como el que me regaló una vez Rudi)
era mitad centauro
-eso sí lo recuerdo-
y lo importante
figuraba en el bando de los buenos
y también en la lista de mis amistades honorarias.

Por entonces
yo me escabullía de la escuela durante la noche
(los indios suelen no atacar en la oscuridad
tampoco las maestras)
tomaba un atajo plagiado a “Misterix”
y me llegaba al ranch de Cañadón Perdido.
Allí saludaba al doctor Forbes
a Maha el muchachito tchatoga el hermano de sangre
a Jimmy Lea al que apodaban Corto
y al sargento por supuesto.
Ellos me alcanzaban un caballo lanzado por un arco
(como el Poroto el Chiche o la Rubia
que solía montar en el Del Viso de mi abuelo)
y los cinco asumíamos el deber de desfacer entuertos.

Había indios hostiles -no voy a negarlo eh
si no ahí lo tienen a Ojib Taw-
pero en realidad los hostiles eran los blancos
sobre todo si formaban en el 7° de caballería
del que Kirk -viejo ácrata de la pradera-
supo desertar (decididamente)
por algo personal con la matanza de indios
precisamente allí donde la libertad -¿la tuya Washington?-
tiene una enorme estatua (Álvaro Yunque).

A veces yo tocaba una oreja un brazo de Kirk
o la casaca azul que formaba parte de su piel
y puedo asegurar que ERA HUMANO
y aunque muchos lo creían de papel era
tan humano como que vuelta a vuelta se largaba
hacia Tucson en busca del calorcito de Reina
-su chica preferida-
o trepaba a una montaña de güisqui
con el sheriff Bulldog Murphy
(que tenía como ayudante a Scribbe el periodista
su segundo en emergencias y tan parecido a Oesterheld)
o bebía café con el viejo Tapan (tan parecido a Gabby Hayes)
aunque es cierto que Tapan prefería el güisqui
o cenaba un sabroso “hijo de perra”
con Shenanigans el sepulturero
que llevaba la noche en sus ojeras
o bien escuchaba tocar al fantasma de “Chopin” Gomara
el pianista del saloon La Flor Roja
al que alguien había apuñalado por la espalda.

El sargento y sus compañeros estaban siempre dispuestos a
auxiliar a los indios
y a los blancos buenos (que también los había).
Y los indios
como Caballo Loco o Dos Lunas o Walpi
o Búfalo Grande o Tulapai
lo llamaban Wahtee
(que en lengua dakota significa escudo
y aunque no lo supiera no importaría porque a él le caía muy bien).
Por mi parte
al cabo de nuestras saludables aventuras saludaba al cuarteto
volvía a mi casa a la escuela a lo cotidiano y prosaico
pero con la promesa de regresar
y con el alma SATISFECHA (fin del episodio).

A veces
vuelvo a encontrarme con Kirk & sus muchachos
es cuando en una pradera
que no figura en los insensibles catastros municipales
cae una llovizna de nostalgias
y ellos disparan contra los feroces relojes y calendarios
y tomamos juntos el atajo de siempre
(no necesitamos la noche porque
los indios ya no atacan más
sólo los blancos)
y me devuelven a mí mismo.
Y mi infancia les guiña el ojo cómplice.

Roberto Selles

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