jueves, 22 de abril de 2010

LA VOLUPTUOSIDAD: ¿ALGUIEN SE ACORDARA DE MI?

Un buen amigo me viene insitiendo, mucho, desde hace tiempo. Tenés que leer algo de Blutch. Cualquier cosa de Blutch, además del episodio de La Mazmorra. Ese está muy bien, pero es más Trondheim y cía. que Blutch.
Esas palabras repercutían en mi cabeza cuando me encontré, vaya uno a saber por qué fuerza globalizadora de saldos, con este maravilloso ejemplar de La voluptuosidad (La volupté, Francia, 2006), algo ajado y nada leído, en una mesa de ofertas de la avenida Corrientes, entre medio de ediciones económicas de novelas clásicas de aventuras; sobrantes de la Biblioteca Clarín de la Historieta y una serie de títulos de Borges, Bioy Casares y Sabato pensadas para acompañar las ventas de un matutino tamaño sábana.
Compré La voluptuosidad casi sin pensarlo. Muy poca plata para la representación del universo simbólico que iba a abrirse en minutos ante mis azorados ojos, hambrientos por devorarse esas viñetas aceleradas, dibujadas con rayas espasmódicas que parecían ensuciarlo todo, con un negro y rojo capaz de transmitir la inasibilidad de los actos y los sentimientos que aparecen en escena. Resueltas por Blutch (seudónimo de Christian Hincker) con un nervio pretendidamente infantil, de una expresividad osca y sucia. Dueñas de un aspero encanto fantasmal. Gótico a pesar de su simpleza sin aspavientos.
Un nene que se tira a un río, demandando la aprobación y la mirada paterna, ambas ausentes. Un auto que recorre una carretera de la campiña francesa. Con el Presidente a bordo. Y el secretario del Presidente, un don nadie al que llamaremos Yvon, víctima de los chistes sin sentido del primer magistrado. Dos pequeñas en el bosque. Dos pequeñas que no tienen muy en claro cuál es la diferencia entre cazar un zorro y celebrar una misa negra. Séverine las cuida, las protege. No es su madre y las chicas se lo harán notar con toda la crueldad que tienen en sus diminutos cuerpos. Séverine es una más de las mujeres de su padre. Séverine, una muchacha que no debe ser mucho más grande que las hijas de su pareja, Michel. Michel, fetichista encumbrado, un tipo egoísta por lo poco que se puede ver. Una joven que busca desapasionarse de la vida. Es la hija de una pareja. Una pareja obsesionada por tener otro hijo. Tanto, que han creado la ausencia de algo que no tenían. Y castigan a su hija por ello. Dos lugareños. Dos adultos. Dos cazadores que salen a buscar su presa al bosque. Van charlando. De esa estudiante insignificante que le voló la cabeza a uno de los dos, llevándolo a poner en riesgo quince años de matrimonio. Farrah, se llama la estudiante insignificante. Farrah, la adolescente que trabaja de niñera en la casa de Christine, una madre en bastante buena posición económica, que busca casi desesperadamente salir de su casa, salir de su hijo. Christine, la mujer sexy y poderosa, la del coño multicolor que enloquece a Yvon, el secretario del Presidente que viaja junto al Presidente en un auto por la campiña francesa. El secretario del Presidente a quién el Presidente abandona en la campiña francesa, justo cuando militares y civiles están buscando, por esa región de la campiña francesa, a un evadido, una especie de animal muy peligroso, un mono.
Así como Blutch prescinde de las líneas divisorias entre viñetas, mostrándolas en una sucesión que las transforma, las articula en un único instante temporal, las distintas historias y los diferentes personajes se van interconectando, haciendo pública la red de relaciones que se va cerrando entre ellos y sobre ellos. Los va atrapando, ahogando, dejándolos sin oportunidades. El mono, el primate que todos llevamos dentro, parece funcionar como el catalizador de las pulsiones que laten escondidas en los personajes. Como una respuesta catártica, la personificación de la verdadera naturaleza humana, la que fluye bajo siglos de represiones culturales que van delimitando los comportamientos. ¿Existirá realmente ese mono o existirá sólo para los ojos de los protagonistas que lo ven a través de nuestros ojos de lector? En lo personal, me animaría a decir que el mono es la encarnación de nuestra incapacidad para mirar más allá de nuestras narices, de nuestra imposibilidad para salir de nosotros mismos y ver al otro. Al otro que conocemos y nos importa, no el desconocido que puede cruzarnos circunstancialmente en la calle o en el bosque. El bosque como representación de un inconsciente siempre insondable.
La bella durmiente. Hansel y Gretel. El mito de Sísifo. Debe haber otras influencias y menciones (directas o indirectas) en La voluptuosidad. Está claro que es un oscuro cuento de hadas, disparado hacia el adulto que los leyó de niño y es ahora capaz de desentrañar los mensajes ocultos que las fábulas y las mitologías buscan poner en palabras de apariencia inocua. Blutch los pervierte para sincerarlos. Pone en primer plano la discusión de roles, la relación de poder entre el cazador y la presa, los jugueteos sexuales que despiertan a la sombra de lo prohibido. La pasión como sinónimo del sufrimiento. La pasión devenida en La Pasión.
Hasta que la confusión, como si se tratara de una olla a vapor sellada, estalla. A los tiros. Salpicándolo todo. A un hombre desnudo, que viene a ser lo mismo que un mono. Un hombre desnudo en la multitud anónima que lo ignora. Un hombre desnudo que es igual, literaria y metafóricamente, a un hombre muerto. Un hombre muerto al que no reconoce nadie, ni siquiera aquellos que lo conocen y lo frecuentan. Un hombre muerto cuya única necesidad era la de trascender. La de ser importante para alguien. O, al menos, la de sentirse importante para alguien. Para el otro. El otro que conocemos y nos importa, no el desconocido que puede cruzarnos circunstancialmente en la calle o en el bosque.
Y queda una pregunta sobrevolándolo todo: ¿Alguien se acordará de mí?
El silencio, única respuesta.
La soledad, única verdad de la existencia.
Fernando Ariel García
La voluptuosidad
Autor:
Blutch
Portada: Blutch
112 páginas a todo color
Ponent Mon
ISBN: 978-84-96427-45-7
España, enero de 2007

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